Por Diego Tabares
La figura del número 10 casi que ha desaparecido del mapa futbolístico. Escasea. Son pocos los entrenadores que asumen el riesgo de que los etiqueten de locos y jugar con un enganche. Por suerte, en Brasil, hay un refugio para que los últimos sobrevivientes en esa posición puedan seguir disfrutando del fútbol. Ese lugar se llama Brasileirao.
Allí se lucha contra la corriente típica del fútbol de estos tiempos, contra esa abusiva aceleración o juego directo, y parecen decididos a no ceder ante sus preferencias. No quieren perder su identidad y esa es una razón muy saludable para defender aunque la vida moderna es su principal enemigo. Brasil ha sido históricamente la cuna del 10, junto con el fútbol rioplatense han producido esa raza tan especial que parece una rareza por estos tiempos. Ahí queda lugar para Luan (Gremio), D’Alessandro (Inter), Diego (Flamengo), Nenê (Sao Paulo), algo de Paquetá (Flamengo) y momentos de Diego Souza cuando jugaba en Sport… y alguno otro que seguro se me escapa.
Es verdad que la mayoría de los ejemplos que cito ya pasaron la barrera de los 30 y eso seguramente obedezca a una forma de vivir y sentir el fútbol que ya se ha perdido. Antes el pasar bien la pelota, el pensar, jugar al pie o un pase entre líneas tenía un valor agregado; hoy en día los pibes que desnivelan con una gambeta son más verticales, van siempre para delante, son incapaces de tomarse un segundo para pensar, cambiar de frente, repartir el juego, frenar y seguir; es todo tan inmediato en su aprendizaje cotidiano, que pretenden en el fútbol el mismo vértigo que en sus vidas.
Pedrinho, Rodrygo y Vinicius Jr, el primero en el Timao, Rodry en el Santos y el tercero, ex Flamengo, los tres son los símbolos más claros de ese cambio. Jóvenes extremadamente talentosos pero que identifican el fútbol de otra manera. Lo sienten distinto. Pertenecen a una generación dispuesta a esperar poco, una generación sin paciencia y en constante movimiento y fluctuación. Ya no pierden tiempo esperando frente a un televisor que empiece su programa favorito, lo solucionan con un dispositivo móvil (celular, tableta, etc) y lo ven a la hora que quieren, el día que quieren y en el lugar que ellos eligen. La manera en la que vivimos también es un síntoma de la forma en la que vamos a jugar.
Cada vez se corre más y se piensa menos, ya no queda espacio para poner un freno, una pausa y resetear el ataque desde la figura del 10. Hoy en día el fútbol nos propone un vértigo, absurdo en muchos casos, que lo vuelve un deporte impreciso, algo que puede solucionar solamente el 10.